¿Clases de baile o clases de inglés?

El otro día, paseando por Youtube, me topé con un vídeo un tanto curioso. Era una especie de motivación. Una niña pequeña y su padre tienen una conversación sobre en qué debe gastar su tiempo la pequeña. La pregunta de fondo es: ¿Hacer lo que nos divierte o hacer lo que nos dará de comer? La niña del vídeo quería ir a clases de baile porque deseaba ser bailarina de mayor. En cambio, para su padre era importante que fuera a otras actividades más formativas (según él), aunque no fuesen tan divertidas.

El vídeo no está mal, y los guionistas, sin duda, se merecen un aplauso porque me han hecho sonreír bastante. No paraba de sonreír al ver la tierna e inocente carita de la niña, ni al ver el confuso e incongruente careto del padre. Pero, mi sonrisa se desbordó hasta convertirse en risa cuando al final del vídeo se quieren dar las mismas conclusiones al problema de la niña que al problema de las grandes decisiones en la vida.

“Haz lo que te ilusione” “Dedícate a lo que te divierte” “Tú tienes el poder de decidir tu futuro”. En fin, frases que podemos leer en muchos carteles de motivación, en las agendas y tazas de Mr. Wonderful y esas cosas. Sin embargo, creo que las conclusiones que se cosechan de ello son muy parciales, y que si le valen a una niña no le pueden valer (de igual manera) a un adulto, ni a un joven.

El caso de la niña. Cruel es quien prohíba a un niño divertirse, pues la diversión de un niño es la única capaz de aliviar el corazón. No hablo sólo de la inocencia como principio de diversión, sino de la innecesariedad de algo específico para divertirse. Es verdad que hay cosas que apetecen más que otras, pero un niño es capaz de divertirse donde sea. Que nadie le quite la diversión a la niña (un punto a favor de las clases de baile).

Por otra parte, el padre quiere lo mejor para su hija (en teoría), y por eso le niega las clases de baile obligándole a ir a clases de informática, de inglés y de no sé qué historias, con la excusa de que eso le servirá para la vida (¿qué pasa, que su hija de siete años va a sumergirse en el feroz mercado laboral pasado mañana?).

Creo que, viendo la situación con perspectiva, cualquiera nota lo ridícula que es. A cada edad lo suyo. Por lo tanto, que dejen a la niña ir a divertirse mientras baila, pero que le enseñen que puede divertirse aun cuando no baila. Es conveniente que todos aprendamos a disfrutar el presente, lo que nos toca vivir en cada momento (clases de baile ganan).

El caso de una persona en etapa universitaria. La pregunta suele ser: ¿Qué estudio, a qué me dedico, a lo que me gusta o a lo que me va a dar de comer? Como respuesta vienen al rescate muchas de esas frases de cajas de cereales que ya he mencionado antes. Esta es una decisión importante. Estás eligiendo tu futuro (bueno, más o menos), y una mala elección puede fastidiarte si no toda la vida, al menos un par de añitos. Así que nos enfrentamos a una pregunta seria, para personas serias como son los estudiantes universitarios… En fin, se necesita mucho más que ser universitario para poder responder a esta pregunta.

En primer lugar, conviene diferenciar: lo que nos divierte; lo que puede ser útil para todos; y lo que se nos da bien. Está claro que es una tontería superlativa decidir dedicarse a algo que no nos divierta, que no nos apasione. La profesión nos tiene que ilusionar (aunque sea un poco). De la misma forma, es absurdo elegir algo que sea inútil a la sociedad, es decir, algo en lo que no ayudemos a los demás. Estamos llamados a contribuir al progreso de nuestra gran familia, la humanidad. Igualmente, es estéril escoger algo que no se nos dé bien (algo tendremos que hacer bien, digo yo).

¿El problema? El problema es que muchas veces no sabemos qué nos ilusiona de verdad ni en qué podemos ayudar a los demás de verdad ni para qué somos buenos de verdad. ¿Solución? Como en todo, sólo tenemos dos soluciones: hacer lo correcto o hacer lo fácil. ¿Lo fácil? No es necesario escribirlo. ¿Lo correcto? Tomarse el tiempo necesario para descubrir en qué punto convergen esas tres líneas: algo que me ilusione, algo en lo que pueda ayudar a los demás y algo que se me dé bien. Cuando digo tomarse tiempo no me refiero a un año sabático que se gasta en “conocer mundo” (traducción: emborracharse en todas las ciudades europeas y más), o en pasarse todos los videojuegos habidos y por haber (ganando un par de kilos, claro). No. Me refiero a un proceso de interiorización de la propia historia y de la situación en la que se vive.

Creo que aquí radica el verdadero problema de todo esto. La mayoría no hemos sido educados en estas habilidades. En el colegio no se nos enseñó a construir nuestro propio mundo de conocimiento ni a interiorizar lo que aprendíamos en clase para después aplicarlo en el patio. Parece que nuestra máxima era “Lo que se hace en clase, se queda en clase”. ¿Que por qué me voy tan atrás para explicar un dilema de hoy? Yo lo veo muy claro, si de pequeños separábamos lo que “había que hacer y lo que había que saber” de lo que “me gusta y me divierte”, ¿Cómo se espera que con un par de añitos más tengamos esa cualidad de unificar nuestra vida? ¿Por arte de magia? ¿Pero, acaso no venía incluida en el precio de la matrícula? No. Por suerte, no.

¿O baile o clases de inglés? Si nuestra amiguita del vídeo logra divertirse tanto en las clases de baile como en las de inglés, entonces probablemente no tenga nuestro problema de hoy, y pueda elegir más fácilmente lo que quiere hacer con su vida. En cuanto a nosotros, tenemos dos opciones: o retrocedemos en el tiempo y nos apuntamos a clases de baile y de inglés; o hacemos un stop en nuestra vertiginosa rutina y nos preguntamos lo que hay que preguntarnos. No, no basta con preguntar, hay que responder.

¿Que qué haría yo? Muy fácil, reflexionar sobre esas tres preguntas mientras estoy en clases de baile y de inglés (que ambas las necesito, y mucho).

(Os dejo el link del video por si os da curiosidad: ¿Clases de baile o clases de inglés?)

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