Una silla en el camino

Según mi experiencia hay pocos placeres tan sencillos como el de disfrutar de una taza de café a media mañana. No reparo en los gustos individuales sobre el tipo de café. Lo esencial es el café. A mí me va el café fuerte con un adorno elegante de leche. Esa sensación del renacer matutino es indescriptible e invaluable. Y como la mayoría de los buenos placeres, es más placentero compartirlo. Pero la última vez, me resultó poco valuable y muy descriptible.

En los últimos días he tenido el placer de compartir este sencillo placer con un amigo en una cafetería. No existe un encanto más sofisticado y vulgar en una cafetería, que un buen café caliente a media mañana en buena compañía. Y no existe un elemento más molesto e irritante que una silla fuera de lugar. Me refiero a esa silla que alguien descuidadamente deja fuera de su sitio, impidiendo la libre circulación de los cafeterianos. Digo que es molesto e irritante porque hace que mi atención al placentero café disminuya y se distraiga, no con la silla sino con la gente que pasa al lado de la silla. Resulta que la cafetería se transforma en una pista de atletismo y el momento sagrado alrededor del café, en una carrera de obstáculos. De hecho, éste podría ser un deporte muy alternativo: Evitación de silla en cafetería. Incluso podría surgir una liga mayor si los camareros, cargados de cafés y bollos, participasen en esta competición tan progresista. Quizás en un momento lejano hasta se organicen campeonatos mundiales de este tipo de carreras, construyéndose cafeterías aptas para ello, con sillas de distintos tamaños y en distintas posiciones.

Sin embargo, la silla/obstáculo no demuestra la agilidad o la astucia o la flexibilidad, sino el ensimismamiento de las personas. Así como lo leéis. Pensadlo un momento. ¿Cómo es posible que quince personas hayan sido capaces de evitar graciosamente la silla y que ninguno haya sido capaz de ponerla en su sitio? La evitación de la silla demuestra que todos vamos a lo nuestro. Cada uno está preocupado de su pequeño mundo y todo lo que vaya más allá es responsabilidad de otro o ya otro lo hará. Quizás alguno se excusará diciendo que tiene mucha prisa. Si yo no digo que no podamos tener prisa. Podemos tener caries si usted quiere, pero dos segundos para poner una silla en su sitio creo que hasta ahora no han traumatizado a nadie. Simplemente que sino que sería agradable que pudiésemos ver más allá de nuestras narices.

El lector no piense que soy alguien demasiado quisquilloso o crítico. Para nada. No soy más crítico que el filósofo que vivía en el tonel. Este filósofo griego se dedicaba a criticar la falsedad de la sociedad de su tiempo, entre otras cosas. Circula, desde hace un par de siglos, una historia que se parece a la nuestra. Es verdad que se trata de una fábula popular acerca de Diógenes de Sinope, pero concuerda perfectamente con su forma de pensar. Haciendo honor a su fama, nuestro amigo estaba al borde del camino viendo a la gente pasar. Después de un rato no pudo contener las carcajadas. Se reía, no del hombre que se acababa de tropezar con una piedra que estorbaba en el camino, sino de la naturaleza humana que era capaz de evitar la piedra o de tropezar y maldecirla, pero que no era capaz de quitarla de en medio para que nadie más pudiese tropezar.

Confieso que cuando veo la silla fuera de lugar, me detengo entretenido a ver si hay alguien que rompa esa idea del ser humano actual (cada uno a lo suyo). A veces tengo suerte y con gran placer compruebo que hay gente capaz de poner la silla en su sitio. Si, por desgracia, no sale a la luz ese ser humano, la pongo en su sitio yo. No quiero decir que hay que ir colocando sillas, recogiendo papeles o levantando bolis. Quiero decir que sería mejor si pudiéramos pensar en el resto de seres humanos que nos rodean. Un simple gesto de riqueza cultural.

Sería interesante plantear algún experimento sociológico para estudiar este aspecto. Habría que apostarse al lado del camino y colocar una gran piedra. O también, de una forma más romántica y poética, habría que apostarse en una cafetería y descolocar una silla. En particular me siento inclinado a esta última opción, pues al placer de tomar un café en una cafetería, le sumaríamos el placer y el regocijo de encontrar personas que sean capaces de ver una silla en le camino y colocarla en su sitio.

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