Palabra colilla

Uno de los misterios más profundos y cotidianos que existen en este universo en el que vivimos es el de las palabras. Las gastamos constantemente. Las dejamos caer de manera tan trivial y superflua, que llegan a parecer desechables y vulgares, como esas corrientes colillas que adornan nuestras calles cual diminutas hojas otoñales. Una de las consecuencias de este uso despreocupado es que el significado completo de una palabra se pueda perder, incluso, por completo.

Una de esas palabras que hoy en día son de “usar y tirar”, es el adjetivo sagrado. A lo largo de los siglos, esa palabra se ha utilizado en un cierto contexto. Sin embargo, el contexto ha cambiado pero la palabra ha permanecido, logrando convertirse en un ejemplo de bipolaridad: hay gente que la usa mucho y hay gente que la evita horrorizada.

Mi propuesta es hacer las paces con nuestras amigas las palabras. Especialmente con esta. Por ello, sería bueno disfrutarla en todo su profundo sabor, como se puede disfrutar un buen puro habanero o un cigarrillo de tabaco tostado.

Lo sagrado. Nos suena a religión, y poco más. Creo que lo sagrado es un concepto que tiene que ver más con lo humano que con lo religioso. Precisamente porque habla más de lo humano se ha podido asociar a lo religioso. Diría que el concepto de sagrado está en nuestro ADN. Me explico. Cuando yo entiendo que algo es sagrado, significa que es muy importante, es precioso, es intocable. Es algo tan fuera de mi alcance que siento respeto y admiración a la vez que temor e incertidumbre. ¿Por qué? Porque reconozco que es algo que no depende de mí, sino que me supera, que va más allá.

Al final, lo sagrado es algo tan misterioso y sobrecogedor que lo mantenemos a “cierta distancia”, pero también es algo tan necesario e indispensable que lo mantenemos “lo suficientemente cerca”. Para un chico enamorado de una chica, esa chica se suele convertir en algo sagrado. Le parece casi divina y la idealiza con imaginación desbordante, llegando a parecerle, incluso, intocable. Y a la vez, le parece que ella representa algo tan cercano y tan íntimo que “no puede estar sin ella”. Una paradoja admirable. Una paradoja que da sentido a nuestros días.

Lo sagrado en todas las sociedades y en cada ser humano, tiene sentido si comprendemos que va unido inseparablemente a la idea de bien supremo y de lo absoluto. Es decir, depende de la visión de qué es el mundo y la vida que cada ser humano sostiene consciente o incoscientemente.

En mi opinión, todo ser humano, y por analogía, toda sociedad necesita un bien supremo y un absoluto que proporcione sentido a la existencia. El ser humano es un ser que busca el sentido a todo. Siempre debe haber un para qué y un porqué. Así que, es inevitable que el concepto de sagrado se desarrolle alrededor del sentido último de la existencia.

Por lo tanto, siempre va a ser más real lo sagrado que lo profano (lo que no es sagrado). Más real en cuanto a que su existencia nos es necesaria, y en cuanto a que las consecuencias que nuestra relación con lo sagrado desencadena son de vital importancia. Todo ser humano y toda sociedad puede dar el poder de convertirse en algo sagrado a cualquier realidad, con tal de que esa realidad les proporcione el sentido que buscan.

Yo también me pregunto ¿Qué es lo sagrado para mí? ¿Qué es aquello que en el fondo da sentido a mi existencia? ¿Mi moto? ¿Mi familia? ¿Las chicas? ¿El whisky? ¿Mis amigos? ¿Mi trabajo? Podría ser cualquiera de esas cosas. O ninguna. Supongo que alguno será mejor que otro. Seguro que sí. Creo que lo sagrado va a depender de qué creas que te conduce a la felicidad. Y creo que el tema de la felicidad se merece, no otro artículo, sino un par de enciclopedias. Al menos tengo algo claro. La felicidad más pobre y menos duradera es la que se centra en uno mismo.

No sé si ahora usaré tanto la palabra sagrado. Al menos sabré qué es lo que quiero decir cuando lo diga. Alguno, quizás, se pueda sentir temeroso ante la grandiosidad de esta palabra y no se atreva a usarla más. No creo que ese sea el punto. Sería como prohibir a la gente fumar en la calle para evitar que las colillas alfombren las aceras. El punto no es “no fumar” sino tirar las colillas donde se deben tirar.

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